La revolución de Ayutla
La
muerte de Alamán, en junio de 1853, y el desmedido abuso de la arbitraria y
violenta tiranía de Santa Anna, junto con la imposibilidad del gobierno conservador
para resolver los graves problemas del país, provocaron el levantamiento popular
de Ayutla. Juan Álvarez, el antiguo compañero de Morelos, e Ignacio Comonfort, coronel
retirado y exadministrador de la aduana de Acapulco, hombre de ideas moderadas
y patrocinador del Estatuto Orgánico Provisional, de 1856, encabezaron el movimiento
contra la dictadura.
Los
autores del Plan de Ayutla y sus reformas de Acapulco expresaron con toda claridad
los motivos que los llevaron a la rebelión. En el documento, publicado en 1o.
de marzo de 1854, se expresaron las siguientes consideraciones: Que la permanencia de don
Antonio López de Santa Anna en el poder es un amago constante para las
libertades públicas, puesto que con el mayor escándalo bajo su gobierno, se han
hollado las garantías individuales que se respetan aún en los países menos
civilizados; que los mexicanos tan celosos de su libertad, se hallan en el
peligro inminente de ser subyugados por la fuerza de un poder absoluto ejercido
por un hombre a quien tan generosa como deplorablemente confiaron
los destinos de la patria; que bien distante de
corresponder a tan honroso llamamiento, sólo ha venido a oprimir y vejar a los
pueblos, recargándolos de contribuciones onerosas, sin consideración a la
pobreza general, empleándose su producto en gastos superfluos, y formar la
fortuna, como en otra época, de unos cuantos favoritos; que el plan proclamado
en Jalisco, y que le abrió las puertas de la República, ha sido falseado en su espíritu
y objeto, contrariando el torrente de la opinión, sofocada por la arbitraria
restricción de la imprenta; que ha faltado al solemne compromiso que contrajo
con la nación al pisar el suelo patrio, habiendo ofrecido que olvidaría
resentimientos personales, y jamás se entregaría en los brazos de ningún
partido; que debiendo conservar la integridad del territorio de la República,
ha vendido una parte considerable de ella (La Mesilla), sacrificando a nuestros
hermanos de la frontera del Norte, que en adelante serán extranjeros en su
propia patria para ser lanzados después como sucedió a En el contexto del Plan de Ayutla, resumido en nueve
puntos, se mantienen, en términos generales, cuatro fundamentales resoluciones:
a) La supresión de la dictadura santanista. b) La
instalación de un congreso extraordinario para constituir a la nación bajo la
forma de una república representativa y popular. c) La derogación de la gabela
impuesta a los pueblos con el nombre de capitación. d) La transformación del
ejército en un instrumento del gobierno para apoyar el orden y las garantías sociales.
Un
ligero análisis del breve documento transcrito por Carlos Crespo, el secretario
de la Junta de Ayutla, echa por tierra las aparentes deficiencias que se han
atribuido al plan. La generación de 1854 percibió claramente el problema que
debía resolver.
Era
indispensable aniquilar los cimientos ultraconservadores en que descansaba la política
de los enemigos del progreso; reafirmar las aspiraciones orientadas a promover la
transformación de las estructuras económicas y sociales prevalecientes desde la
Colonia; y también constituir la nación de acuerdo con los propósitos
declarados durante el período de la insurgencia. La unidad de la doctrina
liberal mexicana halló limpia expresión en la proclamación de los hombres de
Ayutla, al invocar, como base del plan, los mismos derechos que usaron los
padres de la patria para conquistar la libertad.
Las
reformas de Acapulco, de 11 de marzo del mismo año (1854), agregaron a las
consideraciones un deliberado reconocimiento de la doctrina liberal. En este
segundo documento se afirma “que las instituciones liberales son las únicas que
convienen al país, con exclusión absoluta cualesquiera otras; y que se
encuentran en inminente riesgo de perderse bajo la actual administración, cuyas
tendencias al establecimiento de una monarquía ridícula y contraria a nuestro
carácter y costumbres, se han dado a conocer ya de una manera clara y
terminante con la creación de órdenes, tratamientos y privilegios y
abiertamente opuestos a la igualdad republicana”. En los puntos octavo y décimo
se amplía la fe republicana y democrática de los revolucionarios de Ayutla: por
el octavo se derogaron los efectos de las leyes vigentes que pugnaban contra el
sistema republicano, y por el décimo se apuntaló la presencia de la soberanía
al admitirse que “si la mayoría de la nación juzgare conveniente que se hagan
algunas modificaciones a este plan, los que suscriben protestan acatar en todo tiempo
su voluntad soberana”.
Fue
unánime el apoyo del pueblo al llamado de Ayutla. La respuesta significó,...
...cual ninguna otra en México, un verdadero
levantamiento popular... Los oprimidos,
los tiranizados por la larga dominación de los
privilegiados y los conservadores, estaban sedientos de sacudir aquel yugo de
tantos años, y cuando el extremo de la opresión hizo saltar en el sur la
revolución, todos esos oprimidos, todos esos tiranizados la secundaron de un
modo espontáneo por un movimiento irresistible hacia la libertad, innato en el
hombre: y tanto fue así que muchos pueblos de los que más se apresuraron a
pronunciarse, no conocían, bien a bien, el Plan de Ayutla, y le seguían sólo
porque se les decía que era un plan liberal.26
El
peso específico del liberalismo era definitivo; pero también los atributos propios
de la rebelión de Juan Álvarez y sus partidarios, que ofrecieron al país un
auténtico renacimiento nacional. Esas características las reseñó Ignacio Burgoa
en términos muy precisos. El Plan de Ayutla, dijo Burgoa, propendió a derrocar
violentamente la dictadura santanista, tuvo como propósito establecer la “igualdad
republicana” mediante la abolición de “órdenes, tratamientos y privilegios”
abiertamente opuestos a ella, pugnó por la organización “estable y duradera”
del país mediante un orden constitucional republicano, representativo, popular
y respetuoso de las garantías individuales, e hizo surgir con perfiles
ideológicos perfectamente marcados al partido liberal que sostuvo con las armas
la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma.
Los
hechos se sucedieron rápidamente. Santa Anna tomó posesión de la Presidencia en
20 de abril de 1853 y dejó el poder en 9 de agosto de 1855; el 4 de octubre del
mismo año, después de los reajustes discutidos en la reunión de Cuernavaca, fue
nombrado presidente interino de la República el general Juan Álvarez, el
modesto caudillo del Sur. Unos meses después, por razones muy conocidas y con
base en las facultades que le otorgaba el Plan de Ayutla, Álvarez renunció a la
Presidencia y designó como sustituto al general Ignacio Comonfort, quien tomó
posesión en 11 de diciembre de 1855.
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